Hoy los niños se quejan si comparten habitación con sus hermanos o si no tienen un espacio donde jugar con la play, hacer la tarea o chatear con sus amigos.
A fines de los años 70 todavía eran muy comunes las casas chorizo: unas casas largas de muchas habitaciones de 4×4, una atrás de la otra que desembocaban en un patio donde se encontraba la cocina y un baño.
Lo que los jóvenes no saben ni vivieron, es que en cada habitación vivía una familia, cuyos integrantes conocían perfectamente los códigos de convivencia para tolerar el hacinamiento. Inmigrantes, trabajadores, gente de bajos recursos veían esa habitación como el trampolín para cumplir sus sueños. Por eso, no había quejas de nadie.
El baño o excusado -también llamado retrete- era un cuartito que tenía un mármol muy frio -lo recuerdo en mi alma- con un hueco que hacía las veces de inodoro. Esta versión era todo un lujo, ya que lo más común era el hueco en el piso, una especie de rejilla gigante de loza donde uno colocaba sus pies en unas huellas y comenzaba a hacer contorcionismo para hacer sus necesidades.
No había bidet, no había ducha y no existía el agua caliente de termotanque.
Este retrete que era compartido por varias familias, se encontraba quizás a 50 metros de la habitación, lo que suponía que en las frías noches de invierno o lluvia la visita era toda una aventura.
La pelela enlozada
En auxilio de este sufrimiento, existía la pelela enlozada. Una especie de vasija, (o escupidera) donde uno hacía lo primero o lo segundo durante esas noches de invierno y luego quedaba debajo de la cama hasta la madrugada, momento en el que el dueño del regalito debía vaciar el contenido en el retrete.
Los pibes de ahora parecen nacidos en el lujo, por lo que en el programa siempre tratamos de destacar el estilo de vida duro de sus padres y abuelos, de aquellos que los precedieron en la vida para tener lo que hoy tienen. También, para tratar de que se quejen menos.
Tema para otra nota será la del fuentón, porque si les cuento a los pibes que nos bañaban en unas fuentes de chapa, y que calentaban el agua con fuego y leña debajo como si los caníbales estuvieran cocinando al niño, va a parecer muy exagerado, casi de cuento. Pero yo lo ví, lo viví, porque soy ochentoso.
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