“Con las torturas, al Silvio de 19 años lo mataron en Malvinas”, cuenta Silvio Katz en un nuevo 14 de junio, día en el que finalizó la guerra en las Islas Malvinas. Ya pasaron 40 años y la falta de justicia sigue manteniendo abierta una herida.
El culpable de la muerte del “Silvio de 19 años” fue Eduardo Flores Ardoino. No era un soldado inglés, sino un subteniente del Ejército Argentino unos años mayor que él. El 8 de mayo de 2022, Ardoino murió sin ser juzgado por sus delitos y “su muerte deja un vacío enorme porque nunca va a poder dar explicaciones de lo que hizo”.
“Al enemigo británico lo combatí solo dos días. A Ardoino lo sufrí desde que empezó a torturarme por aburrimiento”, relata Silvio Katz a Radio W Garage.
Los hostigamientos por parte de sus superiores, que se incrementaban por ser judío, ya venían desde el Servicio Militar Obligatorio —que cumplió en el Regimiento de La Tablada—, donde lo castigaban con tareas de limpieza nauseabundas y humillantes en los baños de la tropa por no querer ir a misa los domingos.
Las torturas
-¿Durante la guerra le temías más a la llegada del enemigo o a tus superiores?
Mis enemigos eran mis superiores. La gente no entiende que a mí a Malvinas no me llevaron los San Martín o los Belgrano, me llevaron los Galtieri y los Videla. Lo mismo que hacían acá lo hacían en las Islas.
-¿Cuándo comenzaste a vivir lo más duro de la guerra?
Desde el 2 de mayo, todos los días parecían año nuevo por las bombas. A las 10 de la noche parecía de día. Ahí ya no volvimos a dormir y empezó a faltar la comida. También hay que sumarle gente al mando muy difícil. Nuestros superiores fueron nuestra peor guerra, más que los ingleses.
-Es paradójico que tus enemigos estén dentro de la misma Fuerza…
Es insólito. Hubo casi más muertos por torturas y sufrimientos que por las propias bajas de la guerra. Ya no son torturas, son delitos de lesa humanidad porque el que me torturaba era una persona que había estudiado para estar ahí.
-¿Las torturas eran parte del día a día?
Sí, a diario había 5 o 6 a los que se torturaba. Elegían a varios por su color de piel y por sus inhabilidades, pero como yo era el único judío del grupo me torturaban todos los días. Se justificaban diciendo que yo había matado a cristo. Fue tal la tortura y el lavado de cabeza, que hay algunos compañeros que todavía creen que fui uno de los causantes de la derrota.
Estas torturas arruinaron a una generación. No les bastó los 30.000 desaparecidos ni sus familias, también nos arruinaron a nosotros. Hicieron mucho daño en poco tiempo porque seguimos padeciendo Malvinas 40 años después.
–¿Cómo reaccionaban tus compañeros al ver lo que te hacían?
Si yo pude volver de la guerra, fue gracias a ellos. La gran mayoría, cuando terminaba una tortura nos apoyaban. Pero durante la tortura tenían que cuidarse ellos y seguir órdenes. Por ejemplo, cuando me estaqueaban semidesnudo, los obligaban a orinarme encima. Imagina lo que vivía a diario, que eso lo veía como algo positivo porque me daba calor.
–Además del estaqueamento, ¿Había otros métodos de tortura?
También me hacían poner manos, piernas y cabeza en un pozo con agua congelada. A ese lugar lo llamábamos el “Lago de los lamentos”, porque íbamos a llorar del dolor. Había momentos en los que reía para no llorar y ahí nacían otras torturas, como simulacros de fusilamientos y enterramientos. Un día, Ardoino mezcló mi comida con el excremento de los soldados y me la hizo comer bajo amenaza de pegarme un tiro. Eran torturas sistemáticas camufladas en adoctrinamientos de manual.
-La camaradería de la que tanto se hablaba entonces nunca existió…
La camaradería era un tema muy platónico que salía de las puertas para afuera. Nos torturaban los mismos que nos tenían que guiar y cuidar. Con un fusil en la mano no existía la camaradería, existía el poder del fuego y el miedo.
14 de junio: ¿el fin de la guerra de Malvinas?
El 14 de junio de 1982, luego de una feroz resistencia repleta de valientes y heróicos actos, las Fuerzas Armadas Argentinas se rindieron ante el Reino Unido y el calvario de Katz parecía terminar. “Ya había olor a pólvora, a sangre y a muerte”. Sin embargo, Silvio no veía a Ardoino desde hace días porque “en la parte más dura de la guerra el cobarde desapareció”.
“El día que llegaron los ingleses a Monte Longdon, muchos teníamos una bala en el bolsillo izquierdo de la chaqueta con el nombre de los torturadores, las teníamos guardadas para ellos. Pero las tiramos porque no los volvimos a ver hasta la rendición en Puerto Argentino”, sigue relatando a Radio W Garage Silvio Katz.
–¿Cómo viviste ese último día de combate?
Ya me daba todo lo mismo. No me importaba vivir o morir: solo quería que se terminara. Además de las torturas, estaba herido y con frío. Más que eso no me podía pasar. Me abracé a una fe muy rara, porque para estar tranquilo, pensaba que si me moría iba a reencontrarme con mi papá y si vivía con mi mamá. Me tocó sobrevivir para contar la historia.
–¿Qué sentiste en ese fin?
Primero, el dolor de haber perdido porque sabía que nos iban a culpar por la derrota. Después un alivio inmenso, porque sabía que iba a volver a abrazar a mi mamá. Igual, siempre digo que yo no soy excombatiente, soy veterano porque Argentina me obliga a combatir todos los días. A mí y a todos los que estuvieron en las Islas. Yo tengo una pensión y una obra social, pero te aseguro que los de Corrientes, Chaco y otras tantas provincias, no están en mi misma situación. No tenemos paz, para nosotros la guerra no terminó.
Una querella criminal que busca cerrar las heridas
El CECIM de la Plata (Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas), colaboró con la recopilación de casos como el de Silvio Katz, y con el patrocinio de abogados especialistas en Derechos Humanos, presentaron una denuncia contra los torturadores.
Las denuncias fueron recibidas por el Juzgado Federal Penal de Rio Grande de Tierra del Fuego, que imputó a 128 Oficiales y suboficiales. Pero recientemente, la Sala I de la Cámara de Casación Penal determinó que los delitos denunciados en 2007 no pueden ser juzgados porque prescribieron, catalogándolos como delitos “comunes”. Esta decisión fue apelada mediante un recurso que le pasa la palabra final sobre el tema a la Corte Suprema de Justicia.
Las torturas sufridas en Malvinas por los soldados es un resabio no resuelto de la última dictadura militar argentina. Los gritos, las penas y vejaciones siguen apareciendo como fantasmas del pasado en cada víctima.
–¿Cuál es el estado actual del reclamo judicial?
Soy querellante y la tienen cajoneada hace tres años. Esta Corte Suprema de (In)justicia es la misma que cada 2 de abril se llena la boca hablando de los veteranos. Dicen que somos los héroes de la patria pero el 3 de abril ya no les volvemos a interesar. Con esta causa estoy volviendo a vivir la guerra de nuevo. Todos los días tengo que explicarles a mis hijos por qué su padre se levanta de mal humor, por qué no duerme o por qué le hace mal la comida. Quiero que los responsables también den explicaciones.
–¿Una condena a tu torturador te hubiese dado paz?
Yo quería la condena de la gente, porque mis heridas de a poco aprendí a curarlas. Hace 15 años doy charlas en los colegios y los abrazos de la gente me devuelven las esperanzas. Son abrazos que no me dieron hace 40 años. Yo quería que la gente lo juzgue como lo hicieron conmigo y ver cuántos abrazos hubiese recibido él. Me da bronca que nunca haya dado la cara.
–¿Su muerte significó el fin de tu lucha?
No, su muerte no va a hacer que deje de pelear por los Derechos Humanos, porque hay un montón de gente que todavía merece justicia. Hay que seguir peleando por la paz interna de todos los que sufrieron.
–¿Te volviste a cruzar a Ardoino después de Malvinas?
Me lo volví a cruzar seis meses después de la guerra. Era tanto lo que me dominaba desde lo psicológico, que me hice pis cuando lo vi. Volvía del trabajo en un colectivo de la línea 26 y estaba mirando por la ventanilla. De repente lo vi parado en la calle igual que como se paraba en las islas, con aires de superioridad, el pecho inflado y un peinado prusiano. Mi mente dijo: ‘bajate y revoleale una piedra’, pero mi cuerpo reaccionó haciéndose pis. Otra vez volví a sentirme manejado.
–¿Tu mamá se enteró de esta historia?
No. Le inventé que un auto pasó por un charco y me mojó. Murió sin saber la guerra que yo viví. Nunca le conté de las torturas porque me negaba a pasarle mi guerra a ella. Sabía que la iba a matar con eso.
–¿Cuál es el mejor remedio para terminar con los fantasmas del pasado?
Año a año van cambiando mis sentimientos. Al principio quería venganza, porque nadie puede devolverme al Silvio de 19 años. De la guerra volví con “cero años”. Hoy, lo que busco es que no muera ningún veterano más sin tener esa justicia que yo no tuve, para poder cerrar con este capítulo de la guerra.
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