Yerga el ande y las figuritas de San Martín

En las fechas patrias, desde el colegio se armaba una movida enorme para que los pibes grabaran a fuerza de actos y simbolismos la importancia de nuestra historia.

En épocas de total ausencia de internet y computadoras, las maestras nos pedían figuritas de los próceres. Era el único recurso que tenían los alumnos para adornar sus cuadernos e ilustrar la tarea de la jornada. Si sabías dibujar muy bien, podías hacer el retrato del General San Martín, su caballo, o el cruce de los andes con esa vocación artística que naturalmente fluía de tu ser.

Sin embargo, ese era un suceso peligroso: detrás del muy bien diez y la nota de felicitación de la directora en el cuaderno, venía el proceso esclavizante y tortuoso de tener que hacer los afiches para el acto.

Mientras vos desarrollabas esa virtuoso don del dibujo y la pintura, y los grandes te miraban como un futuro Dalí o Quinquela, tus amigos te cargaban mostrándote el pilón de figuritas que habían ganado o la pelota de fútbol que habían hecho con el envase redondo de naranjú.

Se venía el acto, y durante un par de días sufrías la “abducción” a la que te sometían las maestras por saber hacer algo que el resto no sabía.

El Billiken y La Revista Anteojito

Esa misma tarde que la Señorita te encomendaba la tarea, y apenas terminabas de tomar la leche con Bay Buiscuit, te ponías a buscar en el Anteojito o Billiken esas fotitos retro para recortar y cumplir con la decoración alusiva a la fecha.

Si no encontrabas las fotos que querías, le pedías un billete marrón a tu mamá para ir en búsqueda del retrato de San Martín a la librería del barrio. La vieja agarraba ese monederito que se abría destrabando dos bolitas de metal y te miraba fijo para que entiendas que debías cuidar el dinero.

La revista Anteojito. Era como el Google o Wikipedia de los pibes de ahora.

La librería de Don Manolo

Una vez en la librería, le pedías figuritas de San Martín a Don Manolo —casi siempre era un español el dueño de las librerías— y desde una caja de cartón añosa , te ofrecía fotos del Padre de la Patria de joven, arriba del caballo, viejo o con el gorro y el sable curvo.

También existían figuritas cruzando Los Andes, de los granaderos y de todo lo que necesitabas para hacer la tarea. Mientras Don Manolo buscaba en la caja, los pibes mirábamos los sacapuntas de metal, las reglas con dibujitos 3D y la caja de lápices de colores. El mostrador era de vidrio y debajo se veían los cartuchos 303 y Parker, las gomas azul y roja “dos banderitas”, los lápices y portaminas y mil objetos que soñabas tener dentro de tu cartuchera.

También debías comprar papel crepé celeste y blanco para hacer las escarapelas con bolitas de ese papel horrible, rugoso y que desteñía, nacido seguramente de algún accidente o receta de celulosa fallada. El papel crepé era el preferido de las maestras, ya que servía a ese fin, para hacer cielos, las camisas que sobresalían de los niños disfrazados de próceres y las letras que ilustraban la cartelera del acto.

Los actos en el cole, el guardapolvo almidonado y los negritos candomberos

No importaba si era sábado o domingo, si llovía o hacía frío. El acto del 17 de Agosto y el resto de las fechas patrias se hacía el mismo día calendario. Te levantabas temprano y tu vieja ya tenía el guardapolvo Arciel almidonado, bien blanquito e impecable. La escarapela cosida para que no se pierda y el Lord Cheseling junto al peine en la mesa —si eras varón— o las cintitas para las trenzas —si eras nena—, estaban listas para hacerte el peinado especial de la fecha patria.

Cuando llegabas al cole, veías a los papás de tus amigos, saludabas al vendedor de escobas, al granadero, al negrito candombero y al vendedor de mazamorra caliente que quema los dientes.

El campanazo —no existía el timbre todavía— marcaba el comienzo del acto. Las palabras alusivas, el Himno y la Marcha de San Martín no podían faltar. Luego la actuación de los alumnos, la poesía del traga de séptimo grado que movía los brazos como torero mientras recitaba, la invitación a pagar la cooperadora y el momento más esperado: el aviso de que a la salida había cascarilla caliente —una especie de chocolate barato— con un alfajor para los niños.

Yerga el Ande: el Himno al General San Martín que cantabas y no entendías

Los himnos patrios fueron uno de los eventos que más huella nos han dejado. Una semana antes te hacían copiar del pizarrón las estrofas del himno, que te hacían estudiar de memoria. Luego en la clase de música, se cantaban esas estrofas cuya letra difícilmente entendías.

La campana de la escuela. Era un honor tocarla, y marcaba el comienzo o fin de los recreos y los actos.

Yerga el Ande eran las 3 primeras palabras de ese himno emocionante. Nadie te dijo que se refiere a una montaña erguida de orgullo, una forma irregular de conjugar el verbo “erguir”.

Otra parte bien rara era la que rezaba: Que tu nombre honra y prez de los pueblos del sur…, que se suma a otros himnos como el de Sarmiento Gloria y loor, honra sin par, o el Himno a Malvinas brille ¡oh Patria!, en tu diadema la perdida perla austral…“. La más difícil y linda a la vez era Aurora, la canción patria que cantabas para arriar la bandera: Así en el alta aurora irradial punta de flecha el áureo rostro imita, y forma estela al purpurado cuello. El ala es paño, el águila es bandera…

Lo cierto es que en el regreso a tu casa, te sentías feliz de haber participado en una jornada tan importante, de haber alimentado las raíces de tu patria con el recuerdo de gestas históricas y de ejemplos de vida y dedicación que alguna vez nos hicieron sentir una potencia mundial.

Y no parabas de cantar : Suenen claras trompetas de gloria, y levanten un himno triunfal, que la luz de la historia agiganta la figura del Gran Capitán.

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